DELINCUENCIA Y TRAFICOS ILICITOS.
El Polígono Sur de Sevilla o “Las Tres Mil”, en el que viven más de cuarenta mil habitantes, ha adquirido notoria y triste fama por una pequeña porción de las tres mil viviendas existentes (las 624 viviendas o Las Vegas), que es también el nombre con que lo conocen los sevillanos.
“Las Vegas” es el caso de chabolismo más temido y grave que posee Sevilla desde hace casi medio siglo. Se trata del clásico ghetto de gente y familias que viven al margen de la ley y que, conforme más se estropea, más atrae personas de las mismas características del resto de la ciudad, generándose así un “círculo vicioso” difícil de romper. Los vecinos han ido fomentando el miedo y la inseguridad de los que se acercan a esta barriada.
Han autosaqueado o destrozado elementos comunes de los bloques de pisos; los han dejado estropearse cada día un poco más. Los numerosos desocupados, muchos de ellos enganchados a la droga, para ganarse la vida han ahuyentado la presencia de los empleados municipales que permiten el funcionamiento normal de la ciudad en cualquier barrio. Los operarios de obras sólo reparan los bordillos con presencia policial. Lo mismo sucede con los bomberos que acuden apagar algún fuego. Carteros, empleados de limpieza, suministradores de gas, inspectores de contadores de electricidad y agua, fontaneros, servicios de autobuses y taxis, y hasta repartidores de pizzas, han dejado de ir por esta barriada, ante el acoso permanente de muchos de sus habitantes. Todo ello, con la connivencia de los clanes familiares enriquecidos mediante el control de diversos negocios turbios, que se benefician de la creciente condición de “isla” de la zona.
Desde el amanecer al mediodía apenas se ve gente, y parece como si el barrio estuviera deshabitado producto del algún ataque o guerra nuclear.
Desde la sobremesa va cobrando actividad, cada vez más intensa. Vienen los drogadictos a buscar “costo” o su “dosis”, los vigilantes e intermediaros pululan en torno a donde se vende algo, y salen los amantes de lo ajeno a “trabajar”… Cuando cae la noche se difuminan los contornos de este sufrido paisaje y se abre una nueva vida comunitaria. Si es invierno, y a falta de calefacción, se encienden grandes candelas, creando un ambiente que tiene algo de fantasmagórico. En cualquier época del año la vida de la barriada se vuelve plural y activa de madrugada. Se forman corros aquí y allá.
Está tan arraigada la cultura de la delincuencia que son frecuentes los robos a los centros educativos y sanitarios circundantes, que han ido siendo fortificados. El centro de salud más próximo ha sido pionero e innovador en España por haber colocado en su entrada un detector de armas y metales. Los vecinos no se inmutan, pinchan sus navajas en los árboles cercanos, y después de la consulta del médico vuelven a recogerlas.
“Las Vegas” tiene su propia estratificación social:
Hay familias que obtienen pingues ganancias, al dedicarse al “por mayor” y de “forma organizada” a actividades ilícitas (contrabando, falsificaciones, robos y tráfico de drogas). Permanecen aquí – aunque tienen fincas y chalés en el Aljarafe o la Costa del Sol - porque se sienten más seguros que en cualquier otra parte ante el acoso policial, aislados físicamente y rodeados de “su” gente. Son clanes familiares conectados con otras mafias nacionales o internacionales que introducen droga o artículos de contrabando y los distribuyen por el resto de la geografía española. Estas familias que se han enriquecido tanto como producto de sus negocios ilegales no lo aparentan externamente.
Un segundo escalón lo ocupan las familias que trafican “al por menor” o “menudeo” de todo género de drogas y artículos de contrabando dentro de la ciudad. Sus viviendas son inconfundibles. A la caída de la tarde hay una red de vigilantes y colaboradores en la calle, por si hay que dar el agua ante la llegada de la policía, junto con clientes que reciben su “dosis” en una ventana y, otros, de confianza, que entran en los pisos.
En un status parecido al anterior se mueven las familias que se dedican a la venta ambulante de productos legales o ilegales. La furgoneta característica a la puerta de sus viviendas delata su ocupación. Estos se dedicaban tradicionalmente a la venta legal de frutas y verduras y tejidos y ropas baratas.
En una escala más modesta se encuentran los “recicladotes” de siempre. Aquéllos que hacen auténticos maratones urbanos desde el amanecer hasta el ocaso –unos a pie con sus carritos de mano y otros con sus vetustas furgonetas - en busca de todo lo aprovechable.
En el nivel más bajo de la pirámide social –un quinto mundo en este tercer mundo- se encuentran los enganchados a la heroína y cocaína, o los fugados de la justicia, enfermos crónicos y desahuciados, que se buscan la vida con trabajos temporales, pequeños hurtos, o como vigilantes y correos de los clanes de la droga. Sólo dos de cada diez habitantes trabajan en empleos modestos y humildes; principalmente, el tajo de una obra o las campañas de recogida de productos del campo. Un amplio grupo de habitantes duerme en los pisos desocupados –que son numerosos debido a la progresiva degradación física de los bloques y al ambiente de inseguridad, que han hecho emigrar a sus primitivos propietarios e inquilinos. Algunos pernoctan incluso en los numerosos coches abandonados en la calle.
Una de las sorpresas que nos deparan es la presencia de una industria singular de “Las Vegas”. En pisos vacíos se montan laboratorios de fabricación, manipulación, adulteración y embalaje de todo tipo de droga.
Los Poderes Públicos tienen su parte de culpa en lo que sucede aquí. Las “Tres Mil Viviendas” se concibieron como “ghetto” en los años sesenta y setenta.
En primer lugar, por su incomunicación con el exterior, y el laberinto interno de su red viaria. Tenía sólo una estrecha entrada principal, y el resto de las calles eran a fondo de saco. Por el sur estaba separada de elegantes barrios ciudad-jardín por el rígido obstáculo de la vía férrea Sevilla-Cádiz. Anchas avenidas la separan del resto de la ciudad por el norte y el oeste, y una carretera de circunvalación –famosa durante décadas por los tirones en sus semáforos – cierra su perímetro por el sur.
En segundo lugar, por el modelo de “hábitat” que se fue creando. El desarrollismo de los años sesenta y setenta hizo que numerosas viviendas y bloques de pisos antiguos de barriadas tradicionales del casco histórico y Triana se fueran dejando arruinar, para construir nuevas promociones inmobiliarias destinadas a familias de mayores ingresos. Numerosas familias obtuvieron como compensación al “éxodo” forzado desde estos barrios, un pisito en las “Tres Mil”. En otros casos se trató de erradicar los grupos de “casitas bajas” y “chabolas” dispersas por la ciudad, que habían acogido familias que habían perdido sus casas durante las últimas inundaciones, o por otros motivos.
Se junto intencionadamente la pobreza de familias que vivían honradamente de humildes trabajos, con la marginación de otras familias que se dedicaban a negocios fuera de la Ley. Ya estaba preparado el “caldo de cultivo” para este nefasto experimento público de agrupar en un gran sector de la periferia urbana gran parte de la pobreza y marginalidad existente, y lavar la imagen del resto de barriadas. Después sólo hubo que dejar transcurrir el tiempo.
Sólo dos de cada diez ocupados potenciales tiene un trabajo estable. Más de la mitad de los habitantes está relacionado habitualmente con la droga. Las “Tres Mil” son el gran refugio de personas y familias que viven al margen de la ley, y también uno de los barrios con mayores problemas de convivencia.
LA PRINCIPAL CANTERA DEL FLAMENCO ANDALUZ.
Uno de cada diez gitanos de España vive en esta barriada; la mitad de los de la provincia de Sevilla. Son más de veinte mil. Posiblemente, la mayor concentración de todo el país.
En las décadas de los sesenta y setenta miles de gitanos, expulsados de sus barrios tradicionales –sobre todo, Triana, pero también de otros puntos de la ciudad -, recalan en “Las Tres Mil”. Y, con ellos, una cultura propia, la del cante, baile y música flamenca, trasmitida desde tiempo inmemorial generación a generación. Se empieza a forjar entonces la “Cava de los gitanos” del siglo veintiuno.
Se produce así la paradoja de que unos de los barrios más pobres y marginales en su paisaje urbano, sus viviendas y por la renta de sus habitantes, es también el más rico en producción de artistas flamencos de Andalucía. Esta barriada es la principal “cantera” de flamenco de Andalucía. De aquí salen todos los años cantaores, guitarristas, palmeros o bailarines. En la última Bienal, un tercio de los artistas que participaron eran originarios de la zona.
Dinastías gitanas enteras dedicadas al flamenco viven en estos bloques de viviendas. Antes era más habitual verlos formando corros en las plazas del barrio y al aire libre, como lo han venido haciendo secularmente, donde se cantaba, tocaba y bailaba. La inseguridad, la droga, y las videoconsolas, televisores y ordenadores –como a tantos sevillanos– no les habían ido adormeciendo los sentimientos.
Algunos de estos artistas son anónimos, su fama no va más allá de los círculos de amigos y parientes. Otros han dado el “salto” a la popularidad y ganan bastante. Algunos siguen viviendo en el barrio, donde tienen su clan y su familia, y encuentran la libertad e inspiración artística que buscan. Desde hace décadas las grandes figuras del flamenco acuden a la zona a deleitarse con los “jóvenes valores” que van surgiendo. A ello han acudido con frecuencia figuras del cante como Lola Flores, Camarón de la Isla o Paco de Lucía.
El “flamenco” es un esperanzador yacimiento de empleo para este barrio acosado por el paro, la droga y los negocios ilegales. Sin embargo, aunque ya se está enseñando regladamente, apenas hay centros dedicados a esta actividad, ni siquiera se programan actuaciones en vivo y para el público, aunque sea considerado el mayor centro creativo de Andalucía en los últimos tiempos.
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